23 oct 2005

Despacio, no corra, tranqui.

Por Osvaldo Bayer
Mañana, sí. ¿Hay algo más que decir? Por mi parte, no. Se repitió lo de siempre: rostros sonrientes de gran tamaño. Los conté, desde Arcos a Cabildo, tres cuadras: 62 retratos de candidatos. Ningún programa. ¿A qué jugamos? Se ve que antes han ido al planchador de rostros, al coiffeur, maquilladora. Democracia de rostros trabajados. Y palabras, palabras: Fulana quiere conocerte; Fulano, hacia el porvenir. El y vos: siempre unidos. El, la República lo espera. Qué paciencia republicana. Franz le dice a Fritz: la izquierda argentina está cada vez más desunida; Fritz le responde a Franz: la izquierda alemana cayó unida como siempre. Los dos estallan en cagcajadas dugante más de dos hogas. Un chissste alemán.
Y el dolor de vivir en una sociedad injusta: una cárcel con 33 muertos quemados y ningún extinguidor. Cromañón en todos los lados argentinos. Pero la gente que no se queda en la vereda de enfrente. El libro: Orden, represión y muerte tiene la valentía que hay que tener como ciudadano. Es el régimen del gobernador Romero, de Salta. El título juega a la ironía con la frase de la propaganda oficial: “Orden, producción y trabajo”, que se convirtió desde 1995 en el que es hoy el título del libro. Orden, que quiere decir, palos. Una de las primeras medidas del gobernador peronista fue crear la Secretaría de Seguridad y traer al conocido torturador de “El Olimpo”, el gendarme Sergio Nazario, alias Estévez. Y ahí va a comenzar la implacable persecución contra los docentes, contra los trabajadores de Mosconi, contra los pueblos originarios que reclaman por sus tierras. Más quiénes y cómo se quedan con el vuelto, en cada una de las operaciones financieras. Paso a paso, dato por dato, el periodista Marco Díaz Muñoz va relatando el Diario de la criminalización de la protesta social en Salta (1995-2005). Y los mártires. A la cabeza, Aníbal Verón. Pero no sólo el nombre de las víctimas mortales sino también sus verdugos vestidos de policías y gendarmes, uno por uno. Allí se pueden encontrar. Y con foto. Romero, un segundo Juárez, el santiagueño. Creemos que se hace necesario que los intelectuales peronistas se encolumnen hacia Salta y denuncien el régimen inmoral y represivo de este mandamás absolutista que se hace retratar siempre delante de los rostros de Perón y Evita. Esos intelectuales no sólo deben hablar de Jauretche y de Coo-
ke, sino dejar al desnudo los jerarcas de extrema derecha que dicen pertenecer a esa ideología. “Orden, represión y muerte”, ha sido el programa de Romero. Es hora de que se ponga en práctica la Constitución Nacional. Y se aplique la misma medida que puso término al vergonzoso y criminal dominio de los Juárez en Santiago del Estero.
Y a treinta años de la dictadura de la desaparición de personas, el ser humano no se rinde: acaba de salir Los que no están, los desaparecidos de Florencio Varela, sí, el humilde barrio en camino a La Plata. Uno por uno, todos los que nunca más volvieron. Foto, biografía. Casi todos trabajadores. Un libro valioso esclarecedor de toda la brutalidad y crueldad de los dictadores militares y civiles argentinos. La cobardía del método. La crueldad bestial. Ver los rostros para no encontrar explicación. Desaparecidos de un barrio de trabajo. Hernán Pacheco y Pablo Carrera, los autores. ¿Cómo pudo ocurrir? Tan inexplicable todo como que hay gente que va a votar por Patti. Los carteles de propaganda se ríen a carcajadas de nosotros. Primero aprieto el gatillo y después pregunto. Cartel en la Avenida General Paz, hoy: “Patti: más justicia. Vótelo”. Esto ya no es ni siquiera un chiste alemán, es un chiste argentino. ¿O un espejo de nuestra manera de ser?
Es que la lección la fuimos aprendiendo de chicos al pasar frente al monumento a Roca. El más grande y el más céntrico. Al “autor” de la Campaña del Desierto, o, con más propiedad, el autor del reparto de las pampas argentinas. Esto es mío, mío, mío. Su estancia “La Larga”, mi general. Las estancias interminables de su hermano Ataliva Roca, en La Pampa, mi general. Y 2.500.000 hectáreas para Martínez de Hoz, mi general. Qué tiempos aquellos. Cuando se dictaba la Ley de Residencia contra los obreros que luchaban por las ocho horas de trabajo. Lo que ha dado en llamarse “liberalismo positivista”. Pero Mariano Grondona continúa impertérrito defendiéndolo en La Nación. Qué extraño. Le recomendaríamos leer su propio diario. Sí La Nación, del domingo 17 de noviembre de 1878. Es decir, plena Campaña del Desierto. Dice textualmente en primera página. “Impunidad”. “El tres de línea ha fusilado, encerrados en un corral, a sesenta indios prisioneros, hecho bárbaro y cobarde que avergüenza a la civilización y hace más salvajes que a los indios a las fuerzas que hacen la guerra de tal modo sin respetar las leyes de humanidad ni las leyes que rigen el acto de la guerra. Esta hecatombe de prisioneros desarmados que realmente ha tenido lugar deshonra al ejército cuando no se protesta del atentado. Muestra una crueldad refinada e instintos sanguinarios y cobardes en aquellos que matan por gusto de matar o por presentarse un espectáculo de un montón de cadáveres.” A este documento lo trae el frondoso trabajo universitario de Diana Lenton titulado La “cuestión de los indios” y el genocidio en los tiempos de Roca: sus repercusiones en la prensa y la política.
La Nación dice: “Una crueldad refinada e instintos sanguinarios” demuestran los que cometen esas bestialidades. Y me pregunto: ¿y los que defienden hoy todavía ese proceder, también son crueles?
Más todavía: la crónica del día anterior de La Nación aplica el término de “crimen de lesa humanidad”, nada menos, un término que parecería nuevo en la historia de la humanidad, pero que ya se lo utilizaba en ese tiempo de Roca. Dice la crónica que “la carnicería que se ha hecho con los indios es bárbara y salvaje” y que “esos indios fueron encerrados en un corral y fusilados así como animales y peor que animales” y se pregunta La Nación: “¿Y se han olvidado las leyes de la guerra y el respeto a la civilización hasta un punto tan deplorable? Esas matanzas deshonran y la civilización protesta contra ellas”.
El trabajo de la historiadora Diana Lenton trae una carta del general Julio Argentino Roca, de 1878, al gobernador de Tucumán Domingo Martínez Muñecas, cuando comenzó a manejar como verdaderos esclavos a los ranqueles y mapuches esclavos enviándolos a trabajar a la caña de azúcar, principalmente a las fincas de sus parientes los Posse, donde ordena “que se reemplazen (sic) los indios olgazanes (sic) y estúpidos que la provincia se ve obligada a traer desde el Chaco, por los pampas y ranqueles”.
Se nota lo racista que era el señor general. Dice la historiadora que Roca le enviará esos indios “a cambio de apoyo político para la futura campaña presidencial”. Inmediatamente recibió la respuesta de una decena de los principales empresarios azucareros solicitándole 500 indígenas con o sin familia que fueron remitidos a Tucumán. Esos 500 indios “pampas y ranqueles” –más sus mujeres e hijos– habían sido capturados en noviembre de 1878 por Rudecindo Roca contra el cacique Yancamil, emisario de Epumer. En realidad, los indios pampas comenzaron a llegar a los ingenios tucumanos en fecha tan temprana como 1877, por influencia de Ernesto Tornquist, empresario multifacético, proveedor del ejército de línea y posteriormente hombre fuerte de los gabinetes presidenciales de Roca.
Darwin –citado por Diana Lenton– atestiguaba “escandalizado, que si bien se asesina a sangre fría a todas las mujeres indias que parecen tener más de veinte años de edad para evitar su reproducción se perdona a los niños, a los cuales se vende o se da para hacerlos criados domésticos, o más bien esclavos. Cuando protesté en nombre de la humanidad me respondieron: sin embargo, ¿qué hemos que hacer? Tienen tantos hijos estos salvajes”.
Aristóbulo del Valle –el célebre parlamentario de aquella época– dirá: “Hemos reproducido las escenas bárbaras –no tienen otro nombre– de que ha sido teatro el mundo, mientras ha existido el comercio civil de los esclavos. Hemos tomado familias de los indios salvajes, las hemos traído a este centro de civilización, donde todos los derechos parecen que debieran encontrar garantías, y no hemos respetado en estas familias ninguno de los derechos que pertenecen no ya al hombre civilizado, sino al ser humano: al hombre lo hemos esclavizado, a la mujer la hemos prostituido, al niño lo hemos arrancado del seno de la madre, al anciano lo hemos llevado a servir como esclavo a cualquier parte; en una palabra, hemos desconocido y hemos violado todas las leyes que gobiernan las acciones morales del hombre”. Del Valle denunciará que “cada nueva campaña convierte a las mujeres y los niños indios en botín de guerra y acusa a la opinión pública de complicidad”.
Mariano Grondona, para justificar de alguna manera lo injustificable, señala que esos indios eran “indios chilenos”, cosa que es una aberración histórica, ya que ellos pertenecían a una naturaleza que no tenía las fronteras artificiales que se pondrán en medio de la cordillera para justificar la importancia de los ejércitos y la compra artificial de armas.
Félix Luna ha escrito en el diario de Morón, Debates: “Roca encarnó el progreso, insertó Argentina en el mundo: me puse en su piel para entender lo que implicaba exterminar unos pocos cientos de indios para poder gobernar. Hay que considerar el contexto de aquella época en que se vivía una atmósfera darwinista que marcaba la supervivencia del más fuerte y la superioridad de la raza blanca (...) Con errores, con abusos, con costos hizo la Argentina que hoy disfrutamos: los parques, los edificios, el palacio de Obras Sanitarias, el de Tribunales, la Casa de Gobierno”.
Parece ser que Aristóbulo del Valle y Darwin estaban ya “fuera de contexto” porque vivieron esa época. Con el argumento de Luna podríamos justificar hasta a Hitler porque, si bien “exterminó unos pocos millones de judíos, predicó la supervivencia del más fuerte y la superioridad de la raza aria; con errores, con abusos... hizo la Alemania del auto popular y de las primeras autopistas”. Tal cual.
No a Roca, a Juárez, a Romero. Sí a la vida, al respeto, a la convivencia pacífica.
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