1 nov 2006

Análisis

Miércoles 1 de noviembre de 2006
Noticias | Política | Nota

Joaquín Morales Solá
La situación

El método Rovira obliga a reflexionar





Aun las democracias devaluadas no podrían llamarse democracias si las elecciones fueran sospechadas de fraudulentas. Gobierno, opositores y la propia sociedad deberían reflexionar sobre lo que sucedió y precedió a las elecciones de Misiones del domingo. Por primera vez desde 1983 hubo denuncias comprobadas de intentos de fraude y hubo, también, violaciones flagrantes, por parte del gobernador Carlos Rovira, de todos los principios que rigen las vísperas electorales.

El propio gobierno nacional no fue inocente en tales quebrantamientos, porque dos de sus ministros más conocidos hicieron campaña pública por Rovira cuando ya regía la veda electoral, el viernes y el sábado. Aprovecharon que la veda comprendía sólo a Misiones para hacer campaña en lugar del gobernador, que no podía hablar.

El Gobierno difundió también hasta el viernes encuestas que resultaron fallidas: hubo de 20 a 30 puntos de diferencia entre lo que pronosticaron y lo que ocurrió. Como dijo en una notable autoincriminación Artemio López, el más cercano a Kirchner de todos los encuestadores, "errar es humano, pero no por tanto". El sentido político -y no humano- que tenían esas encuestas no era acertar, sino ejercitar cierta influencia sobre la opinión pública.

De todos modos, lo más grave para el sistema institucional fueron aquellos intentos de fraude que la televisión y los diarios mostraron con crudeza cuando filmaron y fotografiaron los DNI "truchos", sin foto, destinados a que paraguayos ingenuos -o no tan ingenuos- votaran en la elección misionera.

El segundo rango de gravedad lo tienen las peores prácticas clientelistas y proselitistas en las que cayó el gobierno de Rovira. Los conservadores de la década del 30, los del "fraude patriótico", eran hombres cándidos al lado del rovirismo. El problema de Rovira fue que han pasado 70 años y nada es igual a entonces.

Las formas de vida de la democracia pueden ser motivo de un debate democrático.

¿Debe el Presidente mantener cierto diálogo con sus opositores? ¿Es la democracia un sistema consensual, al que, en cambio, nunca le sienta bien un caudillo todopoderoso y omnipresente? Son preguntas legítimas, algunas de las cuales las ha respondido el propio Néstor Kirchner.

Ha dicho con ironía, por ejemplo, que le encantaría dialogar con la oposición, si ésta existiera. También ha subrayado, no sin razón, que no es culpa suya la impericia y la infertilidad de sus adversarios.

Lo único que está fuera de debate es el requisito ineludible de que existan elecciones limpias y de que se cumpla con los reglamentos y las normas electorales.

Hasta algunos caudillos mesiánicos de América latina, que ciertamente desvaloraron la democracia de la región, se han hecho elegir limpiamente. Son sus métodos posteriores los que han puesto en duda su condición de demócratas.

Rovira no sólo distribuyo documentos falsos; también hizo que el tribunal electoral de su provincia, que -cómo no- le responde a él, lo autorizara a inaugurar obras públicas, anunciar subsidios y minicréditos, y repartir prebendas y ayudas a manos llenas en tiempos electorales ya vedados para esas prácticas. Es la limpieza de la elección misma lo que se ponía en duda con tales prácticas.

* * *


¿Por qué ganó entonces el obispo Joaquín Piña?, podrá preguntarse ante tantas denuncias de incorrecciones. La respuesta es muy simple: el fraude y la manipulación sólo sirven si la diferencia entre los candidatos es por un margen estrecho. Cuando lo que sucede es una aplastante derrota, como la que tumbó a Rovira, ninguna maniobra electoral resulta eficiente.

El propio obispo aceptó que seguramente él había perdido algunos puntos por las tretas de Rovira, aunque no los suficientes como para opacar su victoria. Pero ¿qué habría sucedido, en cambio, si la victoria o la derrota se hubieran decidido por un puñado de votos? Desde ya, ese eventual escenario no habría sido una novedad: es lo que acaba de suceder en las elecciones de México y en las primeras vueltas de Brasil y de Perú.

La elección popular de los gobernantes es la base misma del sistema democrático y la Argentina no podría retroceder tanto con su democracia, que logró, a trancas y barrancas, sortear los varios y arduos períodos de escollos económicos y sociales que sucedieron en los últimos 23 años.

Lo peor es que nada de eso fue una sorpresa que vino de sopetón. Hace poco, un importante dirigente de la oposición, consultado sobre la fórmula electoral de los adversarios al oficialismo, que aún no existe, respondió, enigmático: "Hay que buscar fiscales antes que una fórmula presidencial". ¿Por qué? ¿Acaso hay duda de la limpieza electoral?, le preguntó este periodista. "Sí", fue la corta y seca respuesta.

El Presidente debería ser sincero y aceptar que hasta los funcionarios nacionales que envió a Misiones, en épocas todavía electorales, volvieron escandalizados por lo que vieron allí. Debería aceptar del mismo modo que se equivocó no sólo cuando decidió apoyar a un caudillo sin atributos; también erró cuando mostró un flagrante desconocimiento de la historia y habló en Misiones de una Iglesia complaciente con la dictadura, justo en una provincia donde la Iglesia tuvo independencia y dignidad frente al régimen militar.

Habló, en fin, de una Iglesia que los misioneros desconocen. Su paso por Misiones resultó, así, peor que si no hubiera pasado.

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Los medios de comunicación son frecuentemente criticados por su liviandad y, a veces, los críticos tienen razón. Pero no puede desconocerse que han cumplido en Misiones un papel fundamental.

Sin las fotos de los diarios y sin las imágenes de la televisión, que mostraron los intentos de un fraude anquilosado, el patoterismo de los hombres con poder y el clientelismo en sus formas más perversas, quizá los misioneros habrían votado en la ignorancia de lo que hacían y decidían sus gobernantes.

El clientelismo político se está convirtiendo en una antigualla inservible en la era de las comunicaciones rápidas y masivas. Si la frivolidad es cierta en muchos casos, también el aporte que los medios están haciendo a la información colectiva -y, por lo tanto, a la civilización política- es igualmente verdadero. No es casual, entonces, la tensión creciente entre el poder y el prensa.Los conservadores de la década del treinta, los del "fraude patriótico", eran hombres cándidos al lado del rovirismo. El problema de Rovira fue que han pasado setenta años

Por Joaquín Morales Solá
Para LA NACION

Link corto: http://www.lanacion.com.ar/854682

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