Por Raúl Faure l Abogado, Escritor y Docente
¿Renunció o no renunció Perón a la presidencia aquel 19 de setiembre de 1955? A las 12.45 horas de ese día, por Radio del Estado, su ministro Franklin Lucero informó que el presidente le había comunicado su decisión de alejarse y que debía iniciar tratativas inmediatas con los revolucionarios para poner fin a las hostilidades. Pero horas después, el propio Perón lo desmintió.¿Qué había ocurrido? Había ocurrido que, sobre la heroica revolución iniciada en Córdoba en las primeras horas del día 16, se puso en ejecución el complot planificado por una Junta Militar con el propósito de destituir al presidente Perón, quien, inexplicablemente, había desertado de su obligación de comandar las fuerzas leales.Cuando Perón quiso volver sobre sus pasos, ya era tarde. La Junta Militar, por unanimidad, resolvió aceptarle la renuncia (“una renuncia que nunca presenté”, dijo días después en su exilio en tierras paraguayas) y llegar a un acuerdo con el comando revolucionario. Acuerdo que se desbarató, como es sabido, por la firmeza del general Lonardi, quien reclamó e impuso una rendición sin condiciones.Pero dejando de lado tecnicismos jurídicos, acerca de si la renuncia era tal o simplemente una carta negociadora, ya desde el día 19 Perón había sido abandonado a su suerte por sus camaradas. “Ponga distancia”, fue el lacónico mensaje que la Junta le envió en las primeras horas del día 20 y Perón, sin titubeos, armó sus valijas y emprendió la fuga.Razón tuvo años después el historiador norteamericano Joseph Page cuando, al relatar estos episodios, consignó: “El hombre de armas que se había burlado de sus camaradas que no pelearon hasta la muerte durante la rebelión de 1951, huyó para salvar su vida en 1955”.El día 19, Córdoba, foco de la revolución, estaba sitiada por las fuerzas muy superiores a las de los bisoños partisanos que resistían el embate en inferioridad de condiciones y era inminente la derrota de Lonardi. Pero el exitoso complot de los generales que hasta pocas horas antes habían apoyado al Gobierno, dejó a Perón aislado y sin posibilidad alguna de resistir.Robert Potash, en sus investigaciones, al referirse al comportamiento de los jefes de las fuerzas leales, dijo: “Muchos oficiales del Ejército, en unidades que se suponían leales, carecían de la voluntad y convicción para luchar con vigor en defensa del gobierno”. Y esa misma versión me dieron distinguidos oficiales rebeldes de la Aeronáutica, protagonistas de hechos decisivos en los combates contra las columnas leales: “Los corríamos con el ruido de los Gloster... los sitiadores no tenían voluntad para enfrentarnos”.Tiempo después, Perón acusó de desleales a sus camaradas y, de modo especial, a los gremios obreros. “También me desilusionaron los gremios... la huelga general estaba programada y no salieron... trataron de arreglarse con los que venían... entonces llegué a la conclusión de que el pueblo se merecía un castigo terrible por lo que había hecho...”De manera que, reconstruyendo los hechos y acudiendo a las expresiones de los protagonistas, queda sin suficiente sustento la superficial versión que califica a los episodios de 1955 como un “golpe oligárquico”. Lo cierto es que hace medio siglo, desde Córdoba se inició una lucha en la que participaron (en la acción beligerante o en el implícito apoyo pasivo) la mayoría de la civilidad, la casi totalidad de los integrantes de las Fuerzas Armadas y las organizaciones gremiales de trabajadores.Es decir, el país en su conjunto o, por lo menos, la mayoría del país, hastiado por la identificación entre partido peronista y Estado.
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