7 sept 2006

Las fuerzas armadas en el mundo

Interesante nota para leer dos veces.

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Anti-Kirchner: Cómo FF.AA. eficientes y modernas ayudan al desarrollo nacional

Néstor Kirchner y sus 'transversales' no comprenden porqué una nación necesita de militares modernos, equipados, eficientes y socialmente integrados. Sería bueno que alguno de sus genuflexos colaboradores se lo explique.

Mañana caldeada por la demagogia adolescente de Néstor Kirchner. Finalmente logró el absurdo que los indultos a militares (supuestos terroristas de Estado) fuesen anulados pero no los indultos a los guerrilleros (terroristas privados). Por las dudas, Kirchner fue a reunirse con los jefes de las Fuerzas Armadas y la cada vez más obesa ministra de Defensa, Nilda Garré, en la Casa Rosada.

Llegaron los jefes del Estado Mayor Conjunto, brigadier Jorge Chevallier; de la Armada, almirante Jorge Godoy; de la Fuerza Aérea, brigadier Eduardo Schiafino. También el subjefe del Ejército, general Néstor Pérez Vovar, porque Roberto Bendini se encuentra en La Paz, Bolivia.

Esto ocurre a horas del retiro del jefe de la Flota de Mar, contraalmirante Francisco Galia, luego de una tumultuosa reunión del consejo de almirantes en la base de Puerto Belgrano. Galia fue invitado a presentar el retiro voluntario por su jefe Godoy, porque Galia relató que un teniente de navío, había presentado una solicitud de retiro voluntario de la Marina por desacuerdo con la forma como se relacionan sus jefes con el Gobierno.

Galia reprodujo esos argumentos y glosó que ese subordinado se sentía agraviado por la tolerancia de los mandos navales hacia lo que consideraba eran agresiones a los uniformados por parte del gobierno. Godoy le advirtió a Galia que si él estaba de acuerdo con los dichos de ese teniente de navío lo invitaba a presentar su retiro voluntario a la fuerza. El jefe de la Flota de Mar se puso de pie y se retiró de la reunión diciendo que entendía debía aceptar esa invitación. Otra estupidez más de Godoy.

En este contexto es importante reproducir una nota que publicó la revista EDICIÓN i, aunque la 1ra. versión, más extensa, apareció en la revista Capital, de Santiago de Chile, explicando porqué para Chile es estratégico tener FF.AA. activas, modernas, entrenadas y socialmente integradas:

POR JAVIERA MORAGA

A escala mundial, la defensa se mueve entre cifras siderales, intereses estratégicos, poderosos ejes de poder, presiones fácticas evidentes o encubiertas y, desde luego, también entre bravuconadas y temores. Si bien en la utopía racionalista del pacifismo los países no necesitarían ejércitos ni armas, la experiencia histórica dice otra cosa, desde que el hombre es hombre y desde que la guerra es una prolongación del robo y del instinto de dominio. El desarme es una bonita idea. El problema es quién comienza primero.

Según las estadísticas, en los últimos 10 años el gasto militar en el mundo se expandió 34% y en 2005 alcanzó a US$ 1,1 billón, lo que equivale a casi 10 veces lo que produce Chile en un año.

USA es el responsable de casi el 50% de esa cifra. Su ejército es el segundo en tamaño a nivel mundial, con casi 1,5 millón de efectivos, sólo superado por China, que tiene 2,2 millones de militares activos.

Según el informe 2006 del Sipri -Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo- las fuerzas armadas chilenas reúnen 77.000 efectivos. En América latina las superan Brasil, Colombia, México y Perú.

Así como es fuerte y grande, la industria de la defensa también es opaca. Es difícil saber a ciencia cierta si las cifras conocidas son veraces. Entre otras cosas porque se trata de un sector secuestrado por los secretos de Estado, por los presupuestos reservados, por las actividades encubiertas y no tan encubiertas de los traficantes de armas, por triangulaciones increíbles y operaciones ilegales y en negro.

Para los expertos en economía de la defensa, la modernización de los dispositivos la incorporación de mejores tecnologías y la renovación de equipos no sólo apunta a mantener un cierto poderío disuasivo o de resguardo frente a eventuales contingencias.

También apunta a tener la capacidad suficiente para dar seguridad a las inversiones, domésticas y extranjeras, y a fortalecer la competitividad de un país.

Según los entendidos, es lícito hacer un paralelo entre el gasto en defensa y la contratación de un seguro-país.

Se trataría de un seguro que como tal entrega a la sociedad un bien intangible: la tranquilidad para que los agentes económicos sigan operando con incentivos correctos en la lógica de mercado.

Pero, si el paralelo es lícito, también lo son las preguntas que la analogía trae asociadas. ¿Cuándo un país está sub-asegurado? ¿A partir de qué momento pasa a estar sobreasegurado?
Los dos escenarios –demás está decirlo– representan un mal negocio.

El 1ro. porque no entrega una protección razonable para neutralizar los siniestros.

El 2do. porque obliga a soportar los costos de una prima excesiva en relación a lo que podría asegurarse con la misma efectividad a menores costos.

La mejor respuesta a estas conjeturas, dicen los expertos, radica finalmente en la transparencia y el buen funcionamiento de las instituciones democráticas.

Que la sociedad y sus representantes puedan moni-torear de cerca y con prudencia el gasto en defensa es clave para asegurar un eficiente uso de recursos en esta área.

US$ 3.000 MILLONES POR AÑO

La literatura especializada sostiene que en los países desarrollados los gastos se asignan según metas predefinidas y que el Estado suele transparentar al máximo los números.

En América latina y el Caribe no se puede decir lo mismo porque las cifras, se sabe, se manejan bajo un manto de secreto pocas veces develado.

Por eso es que a la hora de los análisis, en esta y otras partes del mundo, son pocos los que se ponen de acuerdo en la real magnitud de los millones en juego, los que en todo caso, en términos relativos, son bajos comparados con el gasto que realizan las naciones en áreas bélicamente conflictivas.

Hasta ahora, la cátedra acepta como un hecho cierto que el mundo destina alrededor del 2,5% del PIB a inversiones en defensa.

En términos de gasto, Medio Oriente está a la cabeza, con 6,7% según estadísticas del Sipri para el año 2003.

Le sigue América del Norte (Canadá y USA), 3,6%, USA individualmente gasta cerca de 4% de su PIB, y Europa Central y del Este, 3%. La cifra más baja es la de América latina, con 1,3%.

Con sus matices, claro. Colombia, atravesado por el combate al narcoterrorismo, y Chile, que tiene tres vecinos que no son fáciles, llevan la delantera en este terreno.

En el caso chileno, se trata de un tema que recurrentemente sale a relucir en las relaciones diplomáticas con los vecinos, bajo la sospecha de que Chile pueda estar embarcado en una carrera armamentista.

En junio pasado, sin ir más lejos, el diario argentino ‘Página/12’ publicó un reportaje aludiendo al creciente poderío militar chileno, a raíz del plan de reposición de equipamiento militar llevado a cabo bajo la administración del presidente Lagos.

El artículo sostenía, citando fuentes castrenses, que “Chile mantiene una superioridad militar de tres a uno frente a Perú”.

¿Chile se encuentra realmente en una carrera armamentista?
Para Juan Emilio Cheyre, ex comandante en jefe del Ejército, ahora dedicado al Centro de Estudios Internacionales de la Universidad Católica, afirma: “El gasto en defensa va al alza cuando las relaciones se desestabilizan. La armonía en las relaciones que alcanzamos con la Argentina nos permitió reducir en forma importante nuestra fuerza ante ese país, que en algún momento fue un enemigo. Fíjese que lo que se gastó en 1978 para enfrentar la crisis con la Argentina se terminó de pagar, por parte del Ejército de Chile, recién en noviembre del 2001. Es decir, los productos estaban obsoletos y todavía se estaban pagando. Las últimas inversiones hay que entenderlas como parte del proceso de recuperación, ya que la constante ha sido una política de disminución de fuerzas, particularmente en el Ejército”.

Puede que mirando los presupuestos latinoamericanos las cifras lleven a pensar que Chile tiene una billetera más abultada que la de sus vecinos.

La verdad es que el gasto chileno es de los principales dentro de la región, en torno de US$ 3.000 millones anuales, similar al de México y superior al de Perú, la Argentina o Bolivia.

La notoriedad adquirida por el gasto chileno en defensa está ciertamente asociada al reciente programa de renovación de equipos y armamentos –después de décadas de sequía en el gasto y de franca obsolescencia del material bélico– que incluye los aviones F16, tanques Leopard, los submarinos Scorpene y las fragatas que se adquirieron a la Royal Navy de Inglaterra.

Las estimaciones sitúan el costo de este plan modernizador en torno a los US$ 1.450 millones.

EL PRECIO DE LA PAZ

Por mucho que algunos quieran ver en las compras de material de guerra una carrera armamentista, cada vez es más aceptada la noción de que el gasto en defensa, en un planeta más interconectado y dependiente entre sí, está íntimamente ligado al desarrollo económico de las naciones.

La pura defensa del territorio y de los límites geográficos y el movimiento de tropas y tecnología frente a agresiones de vecinos dejó de ser, hace mucho, el único parámetro para explicar por qué los países destinan tantos millones de dólares a las armas y a la seguridad.

“La verdad es que el gasto en defensa no es un bien en sí mismo, sino un insumo para la generación de otro bien, al que podríamos llamar estabilidad para el consumo de las personas. Puesto de otra manera, es completamente irrelevante hablar de gasto o inversión en defensa. Lo relevante es qué se generó con esos recursos en términos de seguridad”, firma el vicedecano de la Facultad de Administración y Economía de la Universidad de Santiago, Guillermo Pattillo.

Pero el asunto no se reduce a la seguridad en el contexto del vecindario. Para un país que tiene fuertes lazos comerciales con las potencias productoras o las naciones desarrolladas, obviamente que no puede ser indiferente un estallido militar o un conflicto bélico como los que hemos visto, por años, en el Medio Oriente. No hay más que pensar en el petróleo, hoy por las nubes, para imaginar el cuadro. Quienes diseñan o piensan los presupuestos en defensa lo saben.

Cualquier cosa que pase en el otro lado del planeta Tierra, indefectiblemente impactará en las empresas, los negocios y las industrias del país.

En ese sentido, cuando Pattillo plantea que el eje de la discusión no está en la magnitud del gasto, sino en lo que se genera a partir de él, da en el corazón de la discusión mundial sobre las inversiones en defensa: el desarrollo económico de los países.

El impacto que el gasto en defensa genera en los países no es un tema que deje indiferente a los especialistas.

Standard & Poor’s, por ejemplo, al momento de hacer sus clasificaciones soberanas de riesgo también toma en cuenta este factor. “Las relaciones con los países vecinos se estudian con miras a potenciales focos de conflicto. La seguridad nacional es una inquietud cuando las amenazas militares representan una carga significativa en la política fiscal, reducen el flujo de inversión potencial y ejercen presión sobre la balanza de pagos”, sostiene la entidad.

Nuevamente aquí el análisis topa con el gran ‘pero’ del sector, que es el secreto de las cifras.

En los países desarrollados, las instituciones que usan recursos para la defensa tienen que rendir cuenta a la sociedad, la que les exige saber cómo se gastaron los dineros cada año y qué objetivos cubrieron, de modo que pueda haber un cierto chequeo de su rentabilidad para la sociedad. Pattillo hace el paralelo con Chile y concluye, no sin decepción, que “en esas materias estamos en la Edad de Piedra. No podemos estar más lejos de los estándares de transparencia y rendición de cuentas que hoy rigen para las sociedades desarrolladas”.

En el mundo académico un modelo bastante más presentable es el que aplica USA, país que mantiene uno de los presupuestos más altos del mundo en defensa.

La fórmula se conoce como Sistema de Planificación, Programación y Presupuesto (SPPP) y fue implementado por Robert McNamara, secretario de Defensa en los gobiernos de los presidentes Kennedy y Johnson.

El sistema apunta a que los dineros para defensa se asignen en forma racional, conectando los recursos con las metas y objetivos a alcanzar.

Antes de eso, se ponía un techo presupuestario, propuesto por el Presidente, y la cifra se distribuía entre las tres ramas de la defensa. Pero era ineficiente. Cada institución se preocupaba de sus propios gastos y de sus metas, lo que iba en detrimento de operaciones en conjunto. El resultado: fuerzas militares efectivas, pero no balanceadas.

La fórmula McNamara funcionó bien y el presidente Lyndon Johnson la comenzó a aplicar para todos los departamentos y agencias federales de USA.

Hay consenso a estas alturas en que la defensa es mucho más que un gasto. También por cierto es un negocio. Un gran negocio. Se calcula que en el 2004 los mayores 100 fabricantes de equipos de defensa del mundo –Lockheed Martin, Boeing, Raython, Eads, General Dynamics o Rolls Royce, por nombrar algunos– facturaron cerca de US$ 268.000 millones, 15% más que en el año anterior, reafirmando una tendencia al alza iniciada en la década de los ‘90.

Del otro lado de la medalla, del lado de los demandantes, el gasto en defensa, dicen fuentes castrenses, también trae aparejadas ‘externalidades’, como la inversión en investigación y tecnologías e incluso en el desarrollo de nuevos productos.

A nivel mundial, estos aportes no solo han venido de la mano de actividades propias de la defensa, sino también a través de los mecanismos de compensación económica –los famosos ‘offsets’– que reciben los países cada vez que cierran una orden de compra con un fabricante internacional.

Chile, que en el año 2002 cerró la compra de 10 aviones F16 por US$ 650 millones, es un caso.

EL OFFSET

La compra de equipamiento para las Fuerzas Armadas siempre es cara y pocas veces bien vista. Hace más de dos décadas se ideó el ‘offset’, sistema de compensación utilizado por las empresas que venden material militar y que apunta a compensar al país comprador –mediante beneficios en el área tecnológica y de desarrollo industrial– en montos que pueden incluso superar las cifras invertidas en armamento.

Sin embargo, no todos están de acuerdo con este mecanismo.

Según Guillermo Pattillo, doctor en Economía Monetaria de la Universidad de Glasgow y vicerrector de la Universidad de Santiago, los offset son atractivos “para vender políticamente la idea del gasto en defensa a una sociedad que no entiende del tema, pero en general son voladores de luces”.

Y está convencido: “Son recursos que probablemente nadie piensa que van a llegar, pero son suficientes para comprar parte de las conciencias en algunos sectores”.

Pattillo se refiere al offset por US$ 650 millones que consiguió Chile por la compra de 10 aviones F16 el año 2002, negocio que alcanzó la misma cifra. La información oficial en el sitio web de la Corfo da cuenta de cuatro proyectos en desarrollo:

> el establecimiento en Chile del Centro Internacional de Excelencia Técnica de General Electric –que produce todas las publicaciones técnicas para la división Motores de Aeronaves de la empresa–;

> la certificación de parte de Lockheed Martin a la Empresa Nacional de Aeronáutica (Enaer) para que esta última opere como centro de mantenimiento de los C 130;

> el memorando de acuerdo entre ambas entidades para promover la entrada de Enaer a la industria aeroespacial de Estados Unidos (donde obtendría negocios por 50 millones de dólares); y
> la entrada de Rassa (empresa internacional gestora de servicios de transporte aéreo por internet) a nuestro país, lo que generaría 70 nuevos puestos de trabajo.

Para obtener mayor información respecto al estado de avance de los proyectos, la Comisión de Defensa del Senado citó a la ministra del ramo, Vivianne Blanlot. El senador Jaime Gazmuri, presidente de la comisión, explicó que el contrato firmado por Chile establece el monto de los convenios, pero no el tipo de proyectos, los que de todos modos deberán beneficiar en partes iguales al ejército y los civiles.

Historia nueva en Chile, pero que en el mundo ya cuenta con buenas y malas experiencias. Mientras Gran Bretaña ha realizado un exitoso intercambio tecnológico con USA, Sudáfrica firmó convenios con el grupo Thyssen por más de US$ 5.000 millones, sin que hasta ahora se hayan creado los 65.000 nuevos puestos de trabajo que estaban prometidos.

RIESGO SOBERANO

El desarrollo de industrias propias también es un fenómeno interesante a la hora de mirar el sector de la defensa.

El académico Daniel Prieto, experto en estos temas, autor de ‘Defensa Chile 2000’, sostiene que “Chile debería desarrollar su industria militar, naval y aérea con un creciente grado de estandarización y ojalá con su correlato en términos de investigación y desarrollo de nuevas tecnologías, lo que contribuiría a la sofisticación de la industria nacional”.

La discusión, por supuesto, es larga. Y compleja. Tanto como el mundo de la defensa, una industria archimillonaria, poderosa, a veces inabordable y desde luego, polémica.

Las calificaciones crediticias soberanas son una evaluación de la capacidad y voluntad de cada gobierno de pagar su deuda y obligaciones financieras. La agencia de clasificación de riesgo Standard & Poor’s evalúa el riesgo político, el geopolítico y la seguridad pública como parte de las variables que definen la nota final. Pero en este tema no hay reglas generales ni absolutamente objetivas.

Joydeep Mukherji, director de Sovereign Ratings Group de S&P, explica: “La falta de seguridad influye en el riesgo político, mientras que el excesivo gasto en defensa puede tener secuelas en otros aspectos de la economía. Además, hay que analizar la flexibilidad fiscal de los países, en cuanto al margen de maniobra frente a un escenario de stress. Si la asignación a defensa es muy alta se pierde flexibilidad, ya que es muy difícil cortar este tipo de gastos frente a un shock económico negativo”.


CLAVES DE UNA INVERSIÓN

• Las últimas compras que Chile ha realizado en materia de defensa son 10 aviones F-16 por un total de US$ 650 millones de dólares, tres buques usados a la Royal Navy de Inglaterra por US$ 350 millones y dos submarinos Scorpene por US$ 450 millones.

• Según un estudio elaborado el año 2005 por la cientista política Edna Seguel y el investigador de Flacso David Alvarez, el costo promedio que le significa al Ejército chileno cada conscripto es de Ch$ 1,250 millón anuales (US$ 2.460,39).

• En América del Sur el total de efectivos de las fuerzas armadas asciende a 910.410, cifra que corresponde al 64% de la fuerza militar de USA.

• Entre los años 2002 y 2003 el número de tropas en América latina entrenadas por USA se incrementó en un 52%.

• Los aviones de combate F-16 se comenzaron a fabricar en 1978. Cinco años más tarde se habían entregado 1.000 unidades y el año 2000 se llegó a 4.000 aviones de este tipo, actualmente en uso.

• Costa Rica y Panamá son los únicos países de América latina que no cuentan con fuerza militar.

• En plena 2da. Guerra Mundial, de los 33 millones de habitantes entre 14 y 65 años que tenía Inglaterra, más de dos tercios trabajaba en industrias ligadas a la guerra.

• Brasil es el país latinoamericano que destinó el mayor presupuesto para defensa el año 2006, con unos US$ 17.000 millones. En 2do. lugar se ubica Colombia, con US$ 4.000 millones y luego Chile y México, que destinan cerca de US$ 3.000 millones cada uno a esta materia.

• Se estima que el 88% de las exportaciones de armas convencionales en el mundo proviene de los cinco miembros permanentes de la ONU: China, USA, Francia, Reino Unido y Rusia.
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